sábado, 3 de enero de 2009

La responsabilidad y el honor

Esther Quintana Salinas

Hace unos días recibí una carta, vía electrónica, de un coahuilense que me felicitaba por mi nueva responsabilidad, y aprovechaba (sic) para hacerme algunas consideraciones con respecto al trabajo de un legislador. Me voy a permitir compartirlas con usted:

“Pareciera que muchas de las personas que llegan a diputados son blanco de un mal que se caracteriza por su falta de comprensión sobre el importante papel del Congreso y sus miembros, en la vida de la comunidad de la que ellos mismos son parte. Dedican mucho tiempo a gestionar y negociar beneficios en dinero y privilegios, seguramente porque desde su punto de vista eso es lo relevante. Si sólo por un momento se detuvieran a reflexionar sobre el honor que trae consigo el influir en el destino de Coahuila a través de la variada gama de responsabilidades que tiene el Poder Legislativo, es factible que dejara de ser importante su búsqueda de beneficios, como los citados.”

Esa es la opinión que comparte un elevado número de mexicanos sobre estos servidores públicos. En las encuestas, el descrédito y el rechazo hacia los legisladores son desoladores. No hay funcionario más repudiado que un diputado. En nuestra entidad federativa el pasado 19 de octubre un millón doscientos mil electores, se lavaron sus manos como Poncio Pilatos, y no fueron a votar por sus representantes, por lo menos teóricamente, así está conceptuado.

Si se requiriera por ley, que la mitad más uno de los registrados en el padrón electoral tuvieran que ir a sufragar para declarar la validez de la elección, en Coahuila – y en todo México – tendría que decretarse la segunda vuelta. A la gran mayoría de los compatriotas les tiene muy sin cuidado quien llega al Congreso, desde su óptica se trata de una elección que no vale la pena atender, porque al cabo que todos los que acceden al cargo son un montón de inútiles, vividores y rateros (sic).

A los diputados se les han conferido una serie de prerrogativas especiales que amplían sus derechos por encima de los de la ciudadanía, como por ejemplo el fuero de la inmunidad, por el período para el que son electos. Pero estos derechos no son otorgados como fines, sino como medios para que cumplan con sus funciones. Jamás deben ser comparados con los del ciudadano, porque los de ellos si son un fin en si mismos.

Entendido así, esos derechos adicionales NO DEBEN ser utilizados para otros fines, ya que se vinculan a responsabilidades específicas del Poder Legislativo. Se trata de herramientas que requiere para el desempeño de su función, de ahí que el Constituyente se las haya otorgado; cuidarlas por tanto, debiera ser prioritario, porque esencialmente son propiedad de la patria a la que debe servir.

Transcribo otro párrafo de la misiva recibida:

Es verdaderamente lamentable que haya legisladores que ven en el cargo una solución a su situación económica. Es evidente que no tienen vocación de servicio público, sino de hacerse de un patrimonio aprovechando su posición de privilegio. Tampoco debieran llegar a una diputación aquellos que sólo les importa pavonearse con ella y son incapaces de aquilatar la enorme responsabilidad que adquieren al utilizar bienes que no son suyos y decidir sobre asuntos que van a afectar a toda la sociedad. Y es que no es fácil pensar para otros y cuidar lo de otros…

Las potestades que tiene un diputado deciden o influyen en asuntos que implican una autorización o una prohibición que van a afectar de una u otra manera el crecimiento y/o el desarrollo de la comunidad, que van a acarrear bienestar o a crear o agravar situaciones. Aprobar cuentas públicas o leyes de ingresos, definir sanciones legales o administrativas, nombrar a ciertos funcionarios públicos, no es cualquier cosa.

Al Poder Legislativo le corresponde velar, a través de su control parlamentario que la administración pública se conduzca apegada a la legalidad y a los cánones de la ética que de ninguna manera están divorciados del ejercicio del poder público, aunque haya muchos que se empeñen en mostrar lo contrario. El buen legislador, por ende, debe tener una concepción clara sobre lo que es mejor para sus representados. Su obligación de estudiar y actualizarse debe ser permanente y no debe tener empacho en buscar al especialista en los temas sobre los que debe legislar, pues sus errores dañan e impiden el progreso de quienes deben ser su prioridad.

La responsabilidad y el honor siempre deben respirar en su ánimo y en su actuar. Yo espero – así concluye la carta enviada – que no se le olvide porque y para que está ahí.