sábado, 23 de enero de 2010

Una mujer

Carlos Manuel Valdés

Las mujeres nos exigen a los hombres, y lo hacen siempre airadas, que las respetemos. Vivimos en un mundo hecho para los varones, dicen. ¡Ya basta!, añaden. Tienen razón. Yo, nada más por afán de provocar, les digo que también el mundo está hecho para los derechos y que a éstos les importa poco que los zurdos se frieguen. Les pregunto si ellas están dispuestas a luchar por los derechos de los siniestros, aunque la proposición sea en sí indecorosa. De veras, ¿por qué no lo hacen?, porque de hacerlo demostrarían que no buscan nada más su interés inmediato (la igualdad, el salario) sino la justicia. He ahí el meollo del asunto: gastamos el tiempo en pelear por porciones de humanidad, por grupos, géneros, etnias… pero no por el establecimiento de la justicia. Entre más se parcele esa lucha mas ineficientes seremos. Y quizá esa parcelación de los esfuerzos convenga a los que nos oprimen o sea propiciada por ellos.
¿A qué viene esto? A una carta abierta que Rosa Esther Beltrán envió a la diputada Hilda Flores, que ya dejó de serlo. Con su huida, esta bella señora echó abajo la lucha por la liberación de las mujeres de que tanto hablan y lo hizo desde la cúspide, es decir del lugar en que su acción pudo haber sido fundamental para pelear posiciones. Sucede que ella prestó su nombre, su imagen y su género para cautivar al público. Su simpatía, que de veras la tiene, atrajo la de los ciudadanos, aunque ganó la diputación federal por el camino de la proporcionalidad y no del voto. La cuestión que ninguno imaginaba era que ella jugaría con los ciudadanos y, una vez ganado el cargo, lo entregaría. Una negociación se había establecido tras bambalinas para que saliera a escenario a representar el papel que le designó su jefe.
Es un buen ejemplo para aprovecharlo y preguntar a las mujeres si realmente quieren exigir el respeto de los machos y el lugar que les corresponde en el mundo o nada más fingen que luchan. Las mujeres son, de acuerdo a los chinos, “la mitad del cielo”, y ni falta hacía que lo dijesen pues ellas son, además, el sentido, la racionalidad, la certidumbre, el cariño y, también, la reclamación perpetua y el laberinto. Mas, la mujer, sin rodeos y desde donde se le mire, es el elemento de equilibrio sin el cual la vida (de los demás) no sería llevadera.
Es muy raro y sumamente desapacible para el espíritu ser testigos de cómo hay mujeres que no sólo no se respetan sino que le faltan al respeto a los ciudadanos que confiaron en ellas y que quizá lo hicieron precisamente por eso, porque eran mujeres. Se dice (y creo que ese dicho es gratuito, o sea, sin fundamento) que la mujer es menos proclive que el hombre a la corrupción. De acuerdo, pero explíqueme en qué consiste esa palabreja, pues creo que corrupción no es un término que nada más se relacione con tomar dinero que no es tuyo. Ejemplos de mujeres corruptas saltan a la vista.
La diputada que renunció porque guardaba el asiento a un varón, debió habernos avisado que todititos los proyectos que presentó intentaría realizarlos en dos meses, al término de los cuales dejaría su lugar a un señor del que nadie supo su nombre. En realidad esos trucos (cuya propiedad intelectual ha sido registrada en la oficina de patentes por el PRI, pero que ya les robó el PAN, el PRD y los Verdes) nos sorprenden, y no porque seamos ingenuos, sino porque jamás hubiésemos soñado que en el siglo 21 pudieran tener lugar.
De manera que si usted vota por una linda señora y en unos cuantos días ella, sin avisarle siquiera, sin jamás haberle agradecido pertenecer a su distrito, resulta que desaparece del escenario para entregar su lugar a un señor será mejor que la próxima vez piense antes de irse de bruces por la igualdad de género, la emancipación o cualquier ideologización de este tipo.
De plano les digo a mis queridas y admiradas amigas feministas que ya no me vengan con ese rollazo, porque dejé de creer en él. Sugiero que mejor vayamos emparejándonos en la lucha por la justicia. Sean mujeres, discapacitados, zurdos, homosexuales, ancianos, niños abandonados o indígenas, lo primero que debe unirnos es la búsqueda de la justicia… pues lo demás vendrá por añadidura. De otra manera de aquí a que arreglen todas las puertas, los aparatos y lo demás para que los izquierdos alcancen la igualdad con los diestros va a correr mucho tiempo.
Si mujeres que han llegado tan alto, como una diputación federal, no guardan la compostura, ya no puede uno seguir esperando el fin de los siglos.