lunes, 2 de febrero de 2009

MAL Y DE MALAS

María Isabel Reyna
En un momento en el que la mayor parte de la población no solo de México sino del mundo entero está quebrándose la cabeza para encontrar la manera de arreglárselas con menos dinero y no morir en el intento, un pequeño, minúsculo, insignificante grupo de mexicanos que dirigen algún partido político se frotan las manos y se disponen a gastar la insultante suma de 3 mil 633 millones de pesos “para financiar sus actividades ordinarias y gastos de campaña” dice una nota del periódico El Norte de la semana pasada.
La escalofriante cantidad, agrega, serviría para construir 36 tramos carreteros en diferentes estados del país y es casi el doble de lo que el gobierno destina al Programa de Preservación del Empleo ¿cuál?, nos preguntamos varios. Cada quien haga sus cuentas y calcule para qué le servirían más de 3mil 500 millones de pesos. Con toda seguridad se le ocurrirán infinidad de acciones mil veces más útiles que destinarlos a elegir nuevos gobernantes.
Y no es que la democracia no sea importante, pero en este momento hay en el país cosas mucho más urgentes que gastarse ese dineral en promover a un candidato que seguramente saltará a otro puesto antes de cumplir la obligación para la que fue electo. Las cifras de desempleo están en aumento, cada día sabemos de más empresas que recortan personal o de plano se declaran en quiebra. La inseguridad en las calles hace cada vez más complicado abrir y mantener un negocio y ante este panorama los partidos políticos no se tientan el corazón para gastar miles de millones de pesos que ni siquiera han ganado con su trabajo, se los damos tú y yo con los impuestos que pagamos. Y al ganar las elecciones muy pocos de ellos estarán velando por los intereses de la mayoría de los ciudadanos, porque en la práctica la silla en el congreso o el puesto público se lo deben al jefe del partido de dicho o de hecho y se convierten en unos fieles servidores para velar sus intereses. ¿Los electores? A ellos sólo los toman en cuenta cada que hay necesidad de que lleguen a las urnas a depositar su voto.
Me refiero, por supuesto, a los legisladores y funcionarios de filiación priísta. En ese partido se respeta y asume la voluntad del jefe como propia porque de eso depende la carrera del militante. Al tener a la mano los programas gubernamentales de apoyo social, los electores se convierten en clientes a quien es muy fácil acarrear a las urnas a cambio de unas cuantas migajas. Así, cada vez les es más fácil arrasar con el carro completo.
Lo anterior no aplica para el PAN. Los legisladores que alcanzan curules plurinominales pueden promover iniciativas en beneficio de los electores, pero al ser minoría su voz casi no se escucha. Y son minoría porque cada vez menos gente se acerca a votar por ellos por la imagen que percibimos desde el exterior: mientras no tuvieron acceso al poder, no tenían problemas y en cuánto llegaron a Los Pinos el triunfo se convirtió en su peor enemigo.
Una excelente amiga simpatizante de ese partido me explicaba que lo que nosotros percibimos afuera como pleito, es en realidad el sano ejercicio de la democracia. “Nosotros no estamos acostumbrados al autoritarismo, todos hablamos y decimos lo que pensamos y defendemos cada uno nuestros principios”. Tal vez, pero qué triste se ve el panorama desde afuera. Quienes no hemos estado nunca en un partido que por supuesto somos la inmensa mayoría de los ciudadanos, no entendemos. Como ex presidente, Vicente Fox está a un tris de alcanzar los niveles de popularidad que obtuvo Carlos Salinas en los tiempos en que era “el villano favorito”. Cada que usa el micrófono para hablar en público nos da más motivos para dudar de su salud mental. Y si se llega a darse la alianza del PAN con el Panal (el partido de Elba Esther y sus maestros), no creo que el PRI tenga ninguna dificultad de recuperar Los Pinos en el 2012.
Mal y de malas.