lunes, 9 de agosto de 2010

Muertos incómodos

Gerardo Segura

“—¿Sabe usted cómo se cocinan los traidores? No se pudren de un día para otro. No se acuestan guerrilleros y se levantan agentes de Gobernación. Simplemente se debilitan. Se traicionan por cansancio, por aburrimiento, por inercia. Es como si el tejido del que están hechos los hombres, a fuerza de estirarse se fuera volviendo guango, flácido; y en los intersticios de los músculos se fueran depositando pequeños pedazos de mierda, viejos temores. Y todo ello necesita de una permanente auto justificación, de un montoncito creciente y denso de autoengaño y explicaciones” (p. 97). Con estas palabras explica El Chino a Héctor Belascoarán Shayne, detective independiente, por qué un tal Morales se cambió de bando, traicionó a los compas y delató a su ex esposa ante la policía política mexicana, que oficialmente no existe.
La más reciente aventura del legendario Héctor Belascoarán Shayne, detective independiente mexicano, corre al parejo con las peripecias indagatorias de Elías Contreras, efectivo del EZLN, único integrante de la Comisión de investigación, formada por el sup comandante insurgente Marcos, para investigar a un tal Morales.
Muertos incómodos (falta lo que falta) novela escrita a cuatro manos entre el Subcomandante Marcos y Paco Ignacio Taibo II y publicada por Joaquín Mortiz, sería una novela muy divertida si no fuera tan trágica.
Ambos investigadores deben encontrar al tal Morales, el malo de la novela, según una serie de mensajes que está enviando un ex combatiente del 68, asesinado 25 años atrás. Como chiste estaría resuave de no ser porque lo que dice en los mensajes es tan real como una catedral.
Pero por debajo de la investigación se van develando secretos y realizando descubrimientos acerca de la vida política mexicana actual, que dan asco. Y lo peor: todos ciertos.
Fox, Marthita La Impía; Zedillo, Nazar Haro, Julia Carabias, doña Rosario Ibarra, Calderón, Digna Ochoa y un sinfín de personajes más de la política nacional, desfilan por estas páginas, quedando tan mal parados como sabemos que están, o afianzándose en su fortaleza, como sabemos que están los que están. Y al final prevalece en el lector la certeza de que la tesis de la novela es cierta:
“Pero el Mal no es una entidad, un demonio perverso y maléfico que busca cuerpos qué poseer y, con ellos como instrumento, hacer maldades, crímenes, asesinatos, programas económicos, fraudes, campos de concentración, guerras santas, leyes, juzgados, hornos crematorios, canales de televisión. No, el Mal es una relación, es una posición frente al otro. Es también una elección. El Mal es elegir el Mal. Elegir ser el Malo frente al otro. Convertirse, por elección propia, en verdugo. Convertir al otro en víctima” (p. 53)
Justificarse por haber optado por servir al Mal —“…el Mal es el sistema y los Malos son quienes están al servicio del sistema”, se lee líneas arriba—, es la única y eterna tarea del Malo. Porque ser malo por decisión, a cambio de ejercer el poder —generalmente pírrico y pasajero como el inherente al de funciones públicas, sea del Estado o universitarios—; a cambio de un cargo de elección popular, o peor aún: para enriquecerse a costa de los subordinados, de los jodidos, de los de abajo, es la peor manera de negarse, de rechazar el trozo de Humanidad que les confirió el nacimiento.
Al leer Muertos incómodos uno llega a formularse la misma interrogante que se planteó Bukowsy “…todos esos hombres fueron niños una vez/ ¿qué les pasó?...” Y no hay más remedio que recordar el poema de Pacheco Antiguos compañeros se reúnen: “Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años”
chancla55@hotmail.com