martes, 12 de mayo de 2009

Libertad de expresión ¿para qué?

Pocas cosas tan difundidas y vanagloriadas en el mundo como la libertad de expresión y la transparencia. Todos exigimos transparencia a quien maneja el dinero público y nos sentimos con el derecho (porque además lo tenemos) de expresar nuestro descontento cuando algo no nos parece.
Así pues, es irrisorio ver que pocas, muy pocas personas se atreven (nos atrevemos, me incluyo con el respaldo que me dan más de diez años de publicar mi opinión bajo mi firma en un periódico) a decir lo que pensamos y dar la cara. Muchas cosas se escuchan debajo de la mesa, se dicen en secreto y sobre todo, se difunden masivamente en Internet ocultos bajo el manto del anonimato. Y es más fácil que la gente le crea a un correo anónimo que a un funcionario público que se identifica plenamente y da la información en base a datos provenientes de instituciones reconocidas. Sobre todo, si el anónimo da malas noticias. Si la autoridad reconoce 25 muertos por influenza, nosotros estamos seguros de que por lo menos son 50 y de que algo nos ocultan. Si se toman medidas preventivas: se está montando un show para distraernos de algún otra tragedia peor. Si no se toman medidas, el gobierno nos deja morir sin reconocer que algo está pasando. ¿Por qué? Porque así estamos acostumbrados. Y en honor de la verdad, así han actuado algunos políticos en la antigüedad. Quién no recuerda los tiempos en los que salía el Presidente de México negando tajantemente que fuera a incrementarse el precio de la gasolina, para que todos corriéramos a abastecernos porque lo más seguro era que si subiera de precio. Y tristemente, así era.
Tenemos una tendencia innata para la tragedia. Si el periódico no trae en la primera plana por lo menos una tragedia de regulares proporciones, no se vende. De ahí el viejo dicho “no neews, good neews” (si no hay noticias, son buenas noticias).
Nos encanta sufrir, de otra manera no me explico el éxito de las telenovelas que todas las tardes tienen con la lágrima en el ojo a grandes sectores de la población. Es mucho más rentable una mala telenovela donde haya muchos villanos y jovencitas que sufren de todo en la vida, que un buen programa cómico, que dicho sea de paso, ya los hay muy pocos. Si antes se criticaba a Chespirito, Viruta y Capulina y Los Polivoces por simples y “mensos”, qué calificación tendrían las familias peluches de ahora igual de simples pero cargados de doble sentido.
Lo que quiero decir es que siempre nos sentiremos dispuestos a creer las malas noticias, sin importarnos quién las difunde ni por qué. Si alguien en Internet nos dice en un escrito mal hilvanado y cuajado de faltas de ortografía que somos unos ingenuos porque creemos que nos vamos a morir de gripa, le creemos a pie juntillas. El artículo me llego dos veces el mismo día. Lo chistoso del caso, es el que el escrito anónimo nos invita “a no creernos todo lo que nos dicen” cuando lo primero que hacemos es difundirlo a todos nuestros contactos porque coincide perfectamente con lo que siempre hemos dicho: el gobierno es un ratero, nos engañan, nos utilizan los candidatos a puestos públicos para que votemos por ellos (pero este es un tema que necesita todo un artículo especial). Ah, pero eso si, si algún periodista te pide que lo expreses para publicarlo con tu nombre, te niegas, “no vaya a ser que se enoje alguien y me manden a los auditores de Hacienda”
¿Para eso luchamos por la libertad de expresión?