miércoles, 28 de julio de 2010

JUAN HERNÁNDEZ LUNA

A falta de envío de los que alguna vez fuimos los editorialistas de Palabra, este blog da cabida a la columna LA MONEDA de Gerardo Segura, entusiasta organizador de la Feria Internacional del Libro de Saltillo
Gerardo fue en su tiempo, consejero editorial de la sección Etcétera.
Hombre de letras, enamorado de la cultura y de su trabajo, comparte ahora con nosotros a través de este espacio su colaboración semanal en El Diario de Coahiula
LA MONEDA
Juan Hernández Luna
Gerardo Segura

“Cuando se me acaben los temas o cuando me vuelva viejo y me ablande, afortunadamente ya nos ha llegado el relevo para la nueva novela policiaca mexicana, Juan Hernández Luna. No sólo es el más duro. Es el mejor” Así escribió Paco Taibo II en la cuarta de forros de Quizá otros labios, la segunda novela policiaca de Juanito.
Nacido en Puebla en 1962, pero avecindado desde su infancia en ciudad Netzahualcóyotl, Juan se curtió en los fregadazos desde chavito. Aunque su padre, policía de crucero, se empeñara en mantener a la familia más o menos en paz, y darle una cierta educación, en la casa de junto, en la banqueta de enfrente, en la azotea de al otro lado, las riñas a navaja pelona eran pan del día. Juan las atestiguaba desde la ventana, no para aprender a pelar, sino para verterlas en sus novelas, pocos años después. Las estrategias bélicas de las pendencias cotidianas le servirían, como dijo Rafael Ramírez Heredia, “…para romperse la madre contra el teclado, hasta sacarle la frase perfecta.”
En 1992 Juan estuvo en Saltillo por primera vez, a propósito de un encuentro internacional de escritores policiacos. Era bravo. O más aun: inflexible. No permitía que se le pasara una, ni a sí mismo ni a sus amigos. Siempre vigilante que cada quien cumpliera su obligación —llegar temprano, preparar el texto, entregar material limpio y a tiempo, hablar con los papás—, él era el primero. Limpio hasta la pulcritud, aunque mal peinado por una incordia permanente con sus cabellos, largos y lacios, era el más flaco, el de las manos más huesudas, el de la mentada siempre a flor de piel, el duro. Y sin embargo, fue el primero en ofrecerse a ayudar a los organizadores en lo que se ofreciera.
Un año antes lo conocí en Puebla, donde convocó a la reunión internacional de escritores policiacos, en coordinación con Paco Taibo II. Allá fue, además de cumplido, un caballero. Taibo lo definía como “un ranchero rico”, de esos que saben qué les toca hacer, pero la torpeza les gana.
Juan regresó a Saltillo un par o tres de veces más, siempre alebrestado, siempre cumplido, siempre exigiendo que le contaras qué estabas leyendo en ese momento, sólo para abrir una discusión lapidaria acerca del autor. Expresaba su punto de vista y ya. Sin tratar de convencer a nadie de que él tenía la razón. (En alguna ocasión lo incité a hablar de Paco Amparán, a propósito de que ambos recién habíamos terminado de leer Otras caras del Paraíso. La discusión estuvo suave. Quedamos empatados)
La última vez que estuvo aquí fue en octubre de 2009, en la Feria del Libro. Ahí, en la mesa de cierre, propuso a sus compañeros escritores policiacos, que, independientemente de lo que escribieran entre ese momento y octubre de año siguiente, incluyeran a Saltillo en sus textos. “Hay que poner una calle, un personaje, una referencia histórica, lo que sea” Taibo, su hermanito de toda la vida lo secundó, con la idea de leer los respectivos avances en la Feria del Libro de Saltillo de este año. El lagunero Paco Amparán asintió con la cabeza y dijo algo así como “¡Qué fácil!”
Esa lectura ha quedado cancelada para siempre. El 4 de este mes murió Paco Amparán víctima de un infarto fulminante.
El 8 de julio pasado Juanito murió víctima de cáncer linfático. Murió en un hospital público de la ciudad de México, sin más compañía que las enfermeras de turno y una ex novia que lo estaba visitando. No hubo guardias de honor, no hubo discursos oficiales, no fue velado en Bellas Artes, no se llenaron las páginas de los periódicos con esquelas ni a nadie se le ha ocurrido ponerle su nombre a una calle.
Mejor para él. No hubiese soportado tanto barullo. Él, que vivía solo, que amaba los poemas de José Alfredo, y fumar tabaco negro. Uno de los pilares de la literatura negra mexicana se fue solo.
“… nos estamos quedando solos…” dijo BEF a modo de conclusión tras relatar cómo se fue Juan, y relatarle yo cómo se fue Amparán.
Este año no vendrán los policiacos. La muerte ha tomado la Feria del Libro por su cuenta. Sin embargo, como escribió Juan en Tabaco para el puma “…ya lo dice el refrán, donde hubo fuego la memoria es fiel y regresa a pelear su antiguo territorio”
Descansa en paz, hermanito.
*
Naufragio, novela, 1991; Quizá otros labios, novela, 1994; Tabaco para el puma, novela, 1996; Tijuana dream, novela, 1998; Yodo, novela, 2003; Cadáver de ciudad, novela, 2006
Premio Nacional de Libro de Cuento 1988; el Premio Nacional de Primera Novela 1990; Premio Latinoamericano de Cuento 1992; el Premio Nacional de Ciencia Ficción 1995; y el Premio Dashiell Hammett 1997 y 2007.
Traducido al inglés, francés, alemán e italiano.

chancla55@hotmail.com